Retrato de una Mujer en Llamas… y del buen cine

El interior de una pintura normalmente es un lugar privado, no tanto para el retratado sino para el retratista. El espectador puede interpretarlo de diferentes formas en un museo o galería o hasta en el internet, y puede ver las figuras por horas sin parar y encontrarle un sentido personal. Pero todo trabajo artístico guarda una historia que solo su creador conoce y así arranca Portrait de la Jeune Fille en Feu (2019), conocida en español como Retrato de una Mujer en Llamas, cuando una alumna le pregunta a su maestra sobre cierta pintura de una mujer con su vestido en llamas caminando en un paisaje y se desenvuelve una historia que para nosotros dura dos horas pero para la maestra tal vez fue un recuerdo entero en un instante.

Dirigida por Céline Sciamma, la historia de amor lésbico no se aleja tanto de temas ya tocados en sus cintas anteriores. Lo que sí revoluciona con su nueva historia es el estilo visual, especialmente la construcción de un amor entre dos mujeres, que toma lugar en una costa desolada en la Francia el siglo XVIII, construido por medio de pequeños gestos, silencios incomodos, miradas prolongadas que analizan puntos muy específicos y una tensión que persiste hasta el final. En sus previas cintas Tomboy (2011) y en Girlhood (2014), Sciamma pone a sus adolescentes protagonistas a contemplar todo lo que las rodea sin necesariamente decir mucho y esto nos indica que a la directora le gusta invertir tiempo en momentos simples, y aunque algunos sean menos importantes que los otros, nos dice, como buena directora que es, que cada detalle cuenta a la hora de la construcción final de su narrativa. En esta película, a diferencia de sus tres primeras, lidia con mujeres adultas y se percibe como una maduración en su trabajo.

Héloïse (Adèle Haenel), está a punto de casarse con un milanés bajo las órdenes de su madre con el fin de mantener cierto estatus social y monetario (su hermana mayor había estado comprometida antes con el mismo hombre pero perdió la vida al caer sospechosamente por un barranco y se cree que fue un suicidio, la película no desperdicia oportunidades para mostrarnos toques sutiles de oscuridad), y contratan por una temporada a una pintora, Marianne (Noémie Merlant), la maestra que recuerda la historia, para retratar a la novia, y su rostro pintado sea aceptado por la familia del pretendiente para aceptarla. Caminatas largas en la costa y horas de contemplación para poder terminar su pintura provoca que emerjan sentimientos entre las dos y la historia de un amor verdadero se desenvuelve con una elegancia que aunque se le noten influencias directas de Persona (1966), no recae en el mismo viaje experimental, y en vez de provocarnos con su técnica alucinógena, nos regala un cuento más conservador y elegante en el que los sentimientos amenos no se ven afectados por tragedia llamativa sino con pequeños detalles, o como en una escena dice un personaje: “momentos fugaces que carecen de veracidad” pues el tamaño y la intención de los detalles a veces se siente fundamental y otras veces mínima. Llena de silencios, tres gratos momentos musicales son cruciales para la película y, llenos de rasgos mágicos, no se sienten en vano. La historia se cuenta convencionalmente y no hay confusiones, no se dedica a crear una alegoría que requiera buscarle sentido o figurarla. 

Películas como ésta no son una novedad. La Vie D’Adèle (2013) y Call Me By Your Name (2017) tocan temas parecidos. En Francia hay directores como François Ozon, Mia Hansen-Løve y Arnaud Desplechin que en los últimos años analizan la humanidad a fondo y no se basan en los libros de “Como Escribir un Guion” para contar sus historias. Pero no recuerdo una película reciente que se haya dedicado a contemplar tan precisamente detalles de la soledad existencial (“En la soledad encontré la libertad de la que me hablaste, pero también sentí que faltabas tú”, dice un personaje), que toque temas que puedan causar escándalo entre audiencias que condenan tabú injustificado como Retrato de una Mujer en Llamas, al igual que una química entre las dos actrices protagonistas que se siente espiritual. La mayor parte de la producción de la película consistió en mujeres y la junta de prensa del 72° Festival de Cannes, en donde se estrenó, sentó en sus sillas a un equipo completamente de mujeres, un aspecto inusual que nos da una señal de progreso y nuevas posibilidades para el cine, pues se ha demostrado desde los tiempos de Dorothy Arzner que el cine dirigido por mujeres ofrece ángulos nuevos y únicos del arte al que cada vez se le abren mas puertas. Una película que se viene a la mente es Roma (2018) de Alfonso Cuarón en la que la historia toca una situación parecida a la de Cleo (Yalitza Aparicio) en una variación ulterior, cuando una sirvienta, interpretada tenuemente por Luàna Bajrami, vive con el dilema del embarazo no deseado y vemos, al igual que en Roma, cómo mujeres se unen y apoyan mutuamente en vez de ignorar sus problemas. Es imprescindible ver esta película para apreciar que el cine está igual de vivo y humano que siempre.

Retrato de una Mujer en Llamas. 2019. Dir: Céline Sciamma. 121 min.